La muerte como proceso de la vida.
No es más que una faceta de nuestra propia vida como Espíritus inmortales.
Ya la vivenciamos muchas veces y nuestra esencia permanecerá después del abandono del cuerpo físico, por que la vida sigue ininterrumpidamente.
La certeza de que nuestros seres queridos que ya partieron o que están por desencarnar no se perderán en el infinito; la tenemos por qué es posible encontrarlos durante los sueños y están siempre próximos a nosotros a través de los sentimientos y pensamientos, para los cuales no existen barreras.
Todo esto nos sirve de profundo consuelo ante el dolor inevitable de la separación física.
Pero progresar siempre es ley.
Existimos para aprender y, por tanto, debemos aprender no solamente a vivir, sino también a morir.
La desencarnación es el proceso por el cual evaluamos todo cuanto ya comprendemos de la propia vida.
La muerte siempre fue condición humana y es preciso que retomemos la consciencia de esto y la tratemos como debe ser tratada: proceso natural y muchas veces, liberador.
Los seres desencarnados ayudan al proceso de desprendimiento de la materia, por eso muchas personas que están por partir, los ven y hablan con ellos.
Los ayudan a entender que no van a estar solos en ese paso que van a dar.
Inclusive pueden ver a seres que no han conocido en esta existencia que han llevado, pero que les dan confianza y una alegría íntima de verlos, porque ya su espíritu los descubre como amigos y eso hace muchas veces que al poco tiempo desencarnen en un estado de serenidad.
Aunque sea difícil para los que quedamos acá.
Cómo Espíritus, es más costoso el proceso de encarnación, que desencarnación.
La muerte solo cambia nuestra forma.
Aldana Casal