“Se vende negra sin defectos”, decía impunemente la prensa española del siglo XIX. Un comercio inhumano pero lo suficientemente importante y normalizado.
Entre los compradores eran muy solicitadas las mujeres que tenían entre 18 y 40 años, las cuales eran adquiridas para trabajar como lavanderas, cocineras o costureras en las casas. Se destacaba en los anuncios si estaban sanas, si eran fieles y humildes o si eran lo suficientemente listas para aprender nuevas habilidades. Y en algunos casos, además, se incluía el precio, el nombre de los dueños, las razones por las que se vendían o el lugar donde había que acudir con el dinero para llevárselas a casa.
Hace algunas horas me transporte, junto con un paciente, en una hipnosis regresiva hacia ese lugar. Un lugar en donde la oscuridad te dejaba clavado en un instante. La animalidad percibida en cada ser humano que se autoproclamaba superior originaba emociones de dolor y soledad.
Mientras el espacio que se alcanzaba a visualizar estaba repleto de vegetación, en una irónica cotidianeidad, cada mañana se miraba el cielo añorando libertad.
¿Por qué aun hoy continuaba ahí? ¿Sera que tantas veces nos impusieron “no poder” que el alma continuaba sin avanzar? Miedos que aún hoy seguían vivos y se hacían escuchar. Miedos que el encierro y esta nueva realidad volvían a despertar y nos contaban que la historia de la humanidad nos pertenece a todos.
Tales horrores fueron asimilados inevitablemente por lo que el psiquiatra Carl Jung denominó “el inconsciente colectivo” y cuando una raza contrae ciertas infecciones en la psique, sucede como consecuencia un retraso en la evolución intelectual de las generaciones venideras.
Hay algo en común en esas experiencias rememoradas donde permanece la esclavitud y la superioridad de unos por sobre otros. Es el hecho de preguntarse ¿Por qué? ¿Por qué no se tiene derecho a vivir? Y entendí que es el alma que no distingue de distintos, no comprende de diferentes pero solo basta mirar con los ojos físicos, que lo diferente se hace justo, se vuelve moral y parecería ser ética y natural la dominación.
Todo lo que pensamos se fundamenta en un sistema de creencias en el que jamás escogimos creer, y ese sistema es tan fuerte que, incluso, tiempo después de haber entrado en contacto con nuevos conceptos y de intentar tomar nuestras propias decisiones, nos damos cuenta de que esas creencias todavía se encuentran en nuestra vida, y no me detengo a hablar solo de la superioridad racial, sino de cada paso en nombre de la libertad.
Necesitamos valentía para desafiar ese sistema, porque aunque sepamos que no lo escogimos también es cierto que lo aceptamos y sucede que el acuerdo es tan fuerte, que incluso cuando sabemos que es erróneo, la culpa se hace presente y las reglas nos vuelven a encerrar.
Considero a nuestras decisiones ni prescritas, ni destinadas, y aunque no seamos conscientes de ello, cada acción tiene una consecuencia, queramos o no.
Nadie está en este mundo por equivocación y quizás llego el momento de reparar.
El periodo por el cual estamos transitando, es un evento importante en la transformación del ser humano, periodo largo y arduo que trae cambios tanto a nivel planetario como en la humanidad y no hay punto de referencia más predictivo que la historia, lo que fuimos, lo que somos, y las decisiones que tomamos que siempre fueron y seguirán siendo elecciones propias.
Aldana Casal