Cuando Dorothy Eady arribó a Egipto por primera vez, en su interior tenía la inexplicable certeza de haber estado allí antes. Pero ese antes tuvo lugar miles de años atrás.
Dorothy nació el 16 de enero de 1904 en el suburbio londinense de Blackhearth. A los tres años de edad sufrió una grave caída en el interior de su casa, quedó inconsciente, fue declarada muerta. Después de disfrutar lo que ella y su familia creían una recuperación milagrosa, comenzó a afirmar vínculos de parentesco con el antiguo Egipto. Un viaje en familia al Museo Británico aclaró su creencia de que había experimentado un evento traumático de metempsicosis, y de ese modo recuperó la memoria de una fascinante vida pasada.
La amante del faraón
La visita al museo abrió una puerta de recuerdos. Cuando Dorothy vio una antigua foto del templo de Seti I, segundo faraón de la dinastía XIX del Imperio Nuevo, afirmó rotundamente que aquel era su verdadero hogar. Sin embargo, no podía entender cómo no había jardines y árboles alrededor del templo, aunque sí pudo reconocer los monumentos y otros artefactos en los salones de la colección. Besó los pies de las estatuas y, al terminar la visita, tomó la decisión de estudiar los ancestrales jeroglíficos de esta cultura.
A los 15 años, tuvo su primer sueño lúcido con la momia del faraón Seti I, una aventura onírica que, según ella, le trajo memorias de su vida pasada. Esto llevó a que poco a poco, abandonara la religión cristiana y abrazara la religión politeísta del antiguo Egipto.
A lo largo de casi diez años, Dorothy comenzó a recibir en las noches de luna llena pequeños mensajes por medio de la escritura automática. Nada de particular hubieran tenido estos mensajes si no fuera porque estaban redactados en la escritura jeroglífica de los antiguos egipcios. A través de estos comunicados comenzó a comprender, su auténtica realidad.
Descubrió que en otra vida había sido una joven llamada Bentreshyt y que había crecido desde los 3 años en el templo de Abidos. Allí fue dejada por su padre, un militar incapaz de hacerse cargo de la niña después de que su madre, una modesta vendedora de frutas, falleciera. Como sacerdotisa, habría conocido al «dios viviente» Seti I, del cual se enamoraría. Como amante del faraón, quedaría embarazada pero, lamentablemente, el destino de tal relación no tendría un final feliz. Un alto sacerdote del templo le dijo a Bentreshyt que la situación representaba una gran ofensa en contra de la diosa Isis y que causaría problemas al faraón, por lo que la joven decidió —o fue instigada a— suicidarse.
Su fascinación por el antiguo Egipto no tardaría en llevar a Dorothy a pisar la tierra de los faraones, donde se casaría —ya en la década de los 1930s— con Eman Abdel Meguid, un ciudadano egipcio que había conocido previamente en Londres. Producto de este matrimonio, tuvo un hijo al que llamó Seti en honor al faraón de sus sueños, lo que hizo que desde aquel momento todo el mundo la llamara Omm Seti, «la madre de Seti».
Omm Seti creía que finalmente estaba en casa. Durante una de sus visitas al templo de Abidos, el jefe inspector del Departamento de Antigüedades decidió poner a prueba la veracidad de las supuestas visiones de la dama británica. Entonces hizo que la mujer se pusiera en frente de un muro con pinturas y, a ciegas, intentara identificarlas de acuerdo a lo que recordaba de su vida pasada. Para sorpresa del experto, ella identificó todas las pinturas con cero margen de error.
A medida que su reputación crecía, Omm Seti comenzó a colaborar con renombrados egiptólogos que le solicitaban ayuda para sus investigaciones. Uno de los trabajos con los que más colaboró fue, desde luego, aquel relacionado con el Templo de Seti I en Abidos. Ayudó a que los arqueólogos descubrieran el jardín donde ella habría conocido al mismísimo faraón. Las excavaciones no hicieron más que confirmar las visiones.
Pronto, la mayoría de los egiptólogos no podían negar que Omm Seti tenía un conocimiento sin precedentes de la cotidianidad en el antiguo Egipto. Uno de ellos fue el británico Kenneth Kitchen que, a pesar de no admitirlo abiertamente, le creía. Otro egiptólogo, más contemporáneo, es Nicholas Reeves, quien ha tomado en cuenta las visiones de su compatriota para la reciente búsqueda de la tumba de Nefertiti. De acuerdo a Omm Seti, la tumba de la reina egipcia estaría en el Valle de los Reyes:
«Una vez le pregunté a Su Majestad dónde estaba, y él me dijo: “¿Por qué quieres saberlo?”. Yo le respondí que me gustaría excavar la tumba, a lo que él me dijo enfáticamente: “No, no debes. No queremos que se sepa nada más de esa familia”. Pero terminó contándomelo, y lo que puedo decir es que se encuentra en el Valle de los Reyes, y está muy cerca de la tumba de Tutankamón, en un lugar donde nadie pensaría en buscar y, aparentemente, aún intacta…».
Por décadas, Omm Seti fue la inspiración de muchos investigadores. Sus historias acerca de la vida y muerte en tiempos de Seti I tocaron muchos corazones, tantos como los descubrimientos que se hicieron en base a éstas. Por ejemplo, siguiendo la información suministrada por las visiones, Otto Schaden descubrió la tumba KV63 en el Valle de los Reyes, localizada cerca de la tumba de Tutankamón, y que contenía los restos de una mujer de la dinastía XVIII.
Gracias a Omm Seti podemos ver hoy la reconstrucción total del templo de Abidos. Ayudada de los numerosos viajes astrales que realizó, en los que dejaba volar fuera de su cuerpo el «akh» —término que empleaban los egipcios para llamara al astral—, esta mujer pudo reconstruir con paciencia los 2.000 bloques de relieves que hasta llegar ella, permanecían desparramados por el suelo del templo a la intemperie.
Con una frialdad admirable, Omm Seti nunca tuvo reparos en organizar celosamente su funeral con enorme antelación, igual que si hubiera vivido en el antiguo Egipto. Lo dejó todo preparado para que fuera inhumada en el pequeño patio que había junto a su casa. Sin embargo, por problemas burocráticos no pudo ser así. A pesar de todo, Egipto, respaldado por la comunidad egiptológica al completo, que siempre admiró y respetó a esta excéntrica dama, le otorgó un lugar de honor en el mejor de los paraísos que un egipcio podía esperar: ser enterrado en el occidente, no lejos del templo que fue su casa, para seguir así el curso de los rayos del sol en el atardecer.