Carl Edon dio pruebas irrefutables de conocer aspectos únicos sobre la vida de un aviador nazi conocido como Heinrich Richter, desaparecido décadas antes.
Muchos científicos e investigadores han analizado en detalle y pormenorizadamente la reencarnación, y las conclusiones sorprenden, y han sido los pequeños quienes mejor han reafirmado estos estudios. Porque se han registrado casos de niños que han sido capaces de dar detalles específicos, nombres, ciudades y otra información por demás verificable.
Y entre todos posiblemente uno de los caso testigo, por lo documentado, es el del niño Edon, de cinco años, quien recordó su vida pasada, cuando era un piloto de guerra alemán. Un hecho que confirma las presunciones sobre la reencarnación. Esta es la historia.
Con apenas cinco años, a Carl Edon le gustaba mucho hacer dibujos. A esa edad se pasaba horas coloreando esos libritos para completar o dibujando sus propias formas y patrones. Sin embargo, una mañana su mamá, Val, vio algo extraño en uno de los trazos, que se destacaba por lo preciso, y si bien no era un mamarracho, la mujer no lograba llegaba a comprender el significado del dibujo.
Pero si la mujer se había sorprendido por el trazo, cuando Carl le explicó el significado, casi se desmaya. Es que el chiquito le explicó que las extrañas formas eran sus insignias de la fuerza aérea. La primera era un águila, con las alas estiradas hacia los lados.
Impactada, Val no podía comprender de qué le hablaba Carl. Aunque rápidamente comprendió que se trataba de una cruz esvástica, el signo del nazismo. Comenzaba una serie de inexplicables hallazgos en la familia, ya que poco después Jim, el papá del chico, tuvo otro sobresalto cuando al ingresar a la habitación de Carl, justo después de festejar su sexto cumpleaños, mostraba la cabina de un avión, perfectamente detallada con todos los medidores, instrumentos y palancas.
Carl señaló un pedal rojo en la parte inferior: esta era la manija para lanzar las bombas. Y como si hubiera vivido en carne propia todo eso que veía, agregó que se trataba de un Messerschmitt, un tipo de avión bombardero y de reconocimiento marítimo desarrollado en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. No fue esa la primera vez que Car afirmaba haber vivido en una vida pasada como piloto de la trístemente célebre Luftwaffe.
Cuando apenas tenía dos años, se despertaba de sueños vívidos, aparentemente muy reales, en los que gritaba que su avión se había estrellado, que le habían cortado la pierna y que estaba desangrándose.
Estas eran pesadillas horribles para un niño tan chiquito y, lo que es más extraño aún, Carl se negaba a aceptar que solo se trataban de sueños cuando sus papás buscaban tranquilizarlo. Al punto que le mostró a su mamá dónde había sufrido la horrible herida. E aquí uno de los puntos más sorprendentes: el chiquito mostraba el interior de su muslo derecho, donde justamente lucía de nacimiento una marca de roja con manchas.
Mientras la mamá lucía asustada y a la vez desorientada, aún era peor el esceptisismo de su papá. Es que Jim intentó en todo momento desacreditar lo que el pequeño relataba y dibujaba. Quizá por eso, y porque Carl tenía cierta capacidad para dar respuestas, como un niño de seis años, es que el hombre quiso profundizar sus preguntas. Y le inquirió qué uniforme utilizaba el día de su muerte en su anterior vida.
El chiquito, lejos de rehuir sorprendió al manifestar que su atuendo se componía de pantalones grises y que se introducían en unas botas de cuero hasta casi las rodillas, y arriba lucía una campera negra. Ante tal descripción, Jim decidió recabar más sobre el tema y visitó la biblioteca local en Middlesbrough, Yorkshire del Norte, Inglaterra, hasta donde llegó con los dibujos de Carl.
Así, en la sección de historia tomó una gran cantidad de libros que hablaban de la Luftwaffe, la fuerza aérea de Alemania durante la conflagración mundial. Fue entonces que, con todos los ejemplares desplegados, encontró las imágenes -con mucha similitudes la cabina del piloto, las insignias ya detalladas, la vestimenta de los pilotos. Todo concordaba, incluso había una imagen bombardero Messerschmitt.
Si todo lo antes contado es por demás sorprendente, aún falta algo más impactante: la historia de un avión alemán estrellado que tuvo un significado muy específico para los habitantes de Middlesbrough, donde vivían Carl y los suyos. El 15 de enero de 1942, después de un ataque nazi a buques mercantes en el Mar del Norte, una nave de la Luftwaffe tuvo que aterrizar forzosamente en las afueras de aquella ciudad, estrellándose contra un cable antiaéreo.
El dispositivo cortó un ala y el avión impactó contra el suelo, incendiándose. Ante ese desastre, y con llamas enormes que impedían el acercamiento, se necesitó media hora para que los bomberos se pudieran acercar. Así, al otro día, los restos del avión yacían inherte en un cráter, en medio de 30 metros de hierros retorcidos.
De entre medio, los rescatistas encontraron tres cuepos carbonizados, aunque esperaban encontrarse con cuatro tripulantes. Como marcaban las reglas de la guerra, los tres cadáveres fueron enterrados en el cementerio Thornaby-on-Tees, mientras que el destruido bombardero germano fue enterrado bajo un montículo de tierra.
30 años después de aquel hecho, el 29 de diciembre de 1972, nació Carl Edon, y desde el mismo momento del parto, Val sintió que había algo diferente en él. Para empezar, no se parecía a sus dos hermanos. Mientras ellos eran de pelo oscuro y ojos marrones, Carl tenía azules y era pelirrrojo.
Lucía seguido con un estado de palidez y, a medida que fue creciendo, mostró cierta obsesión por el planchado de sus prendas. Algo infrecuente entre los niños. A los siete años, mientras jugaba con su amigo Michael, Carl le contó la historia de cómo había muerto en la Segunda Guerra Mundial. Su madre escuchó la conversación, pero lo que más la impactó fue cuando su hijo describió como sangró hasta la muerte y predijo que moriría nuevamente antes de cumplir 25 años.
Durante esa descripción, habló de un hombre llamado Adolf Hitler, luego se bajó de la mesa y comenzó a caminar por la cocina. Michael no paró de reírse hasta que Val les dijo que callaran.
De igual manera, los dichos de Carl sobre su anterior vida también provocó mucho ruido al concurrir a la escuela, al punto que una reunión de padres, la profesora les preguntó a Val y Jim si todo estaba bien en casa, agregando que Carl se distraía fácilmente en clase.
Es que Carl describía su anterior vida lejos de Inglaterra, y en tiempo pasado. Se refería a un pequeño poblado enclavado en unas las montañas, y explicaba cómo su padre Fritz solía hablarle de botánica.
No lograba recordar el nombre de su mamá, pero la describía con anteojos, de pelo oscuro y recogido. El chiquito describía que en su vida pasada cortaba leña y la portaba en una carretilla, o que su mamá cocinaba sopa, algo que Carl nunca supo de parte de Val.
Asimismo, el chico recordaba a sus hermanos de entonces, también combatientes, incluso uno más chico que él y que también perdiera la vida poco después de él. Al parecer, las visiones le venían como si estuviera viendo vídeos de un programa de TV. Pasaba de ser un chico normal de siete años que se entretenía con juguetes a otro, apenas horas después, que parecía tener 19 años o más y vivía en una especie de campamento, en el que describía cosas poco comprensibles a otras como gente recogiendo agua de una bomba.
Carl no dejaba de sorprender: A veces recordaba haberles puesto vendas a personas heridas, o ser parte de una reunión de uniformados, en un sala donde había una foto enmarcada de un hombre que ya reconocía como Hitler. Incluso recordaba el saludo de los nazis hacia el führer, lo que incomodaba mucho a su mamá.
Corría noviembre de 1997, cuando unos obreros de la región de Northumbria (al norte de Inglaterra y el sureste de Escocia), estaban instalando una tubería de agua para el alcantarillado, cerca donde fue asesinado Carl.
Fue entonces que uno de ellos golpeó algo que lo sorprendió sobremanera. Inmediatamente, el resto de los trabajadores saltaron al foso y quitaron la tierra, hasta que se encontraron con una extraña estructura metálica. Uno de los hombres vio lo que parecía ser un saco viejo. Al abrirlo, hallaron lo que parecía ser un paracaídas. Alertados de que el descubrimiento derivara en la posibilidad de que fueran bombas enterradas y sin estallar, dormidas allí desde la Segunda Guerra Mundial, los trabajadores no avanzaron más en el desentierro y le comunicaron lo sucedido a los ingenieros responsables de la obra.
Así, días después, un equipo de expertos en detección de explosivos de la base cercana de la Real Fuerza Aérea Británica (RAF) excavó los restos. Se trataba de un bombardero alemán que había pertenecido a una unidad de la Luftwaffe, en tiempos de la segunda conflagración mundial.
Luego de analizar exhaustivamente los registros de la guerra, se llegó a la conclusión de que era un avión que se estrelló en la tarde del 15 de enero de 1942, tras ser atacado por las baterías antiaéreas y ya dañado su fuselaje, terminar de chocar contra un cable antiaéreo. Asimismo, al cavar a mayor profundidad, encontraron más de cinco toneladas de restos, incluidas ametralladoras, una hélice de madera y dos paracaídas más.
Pero no solamente eso, también hallaron un fragmento de hueso. A partir de los registros, se determinó que los cuerpos de tres miembros de la tripulación nazi habían sido recuperados del accidente, y se pensó que un cuarto había sido incinerado por el siniestro.
Hasta que descubrieron lo que parecía ser un esqueleto completo, en lo que habría sido la posición del artillero, en una gran burbuja de vidrio, que estaba ubicada en la base de la aeronave. Ese cuerpo fue identificado como Heinrich Richter, quien manejaba la artillería en esa tripulación.
Los técnicos británicos que peritaron los restos hallados en Northumbria, llegaron a varias conclusiones, que vale la pena considerar. Así, llegaron a la conclusión de cuando el avión se estrelló, dicha burbuja, compuesta por una especie de ventana de vidrio esférica, habría soportado la peor parte del impacto inicial y habría impactado contra los espigones, cubriendo al ocupante en miles de fragmentos, similar a lo que Carl describió en sus sueños.
Empero, lo más increíble de todo, fue que al lograr quitar el esqueleto de esa tumba improvisada, descubrieron que no estaba completo: la pierna derecha había sido amputada durante el impacto. Años más tarde, después de una profunda investigación, el historiador Bill Norman consiguió encontrar a la familia de Richter.
Una mañana, Bill recibió una carta con una impactante fotografía del joven aviador poco antes de morir. Cuando Val y Jim miraron la foto por primera vez, se sintieron como si estuvieran viendo un fantasma. Era exactamente el rostro de su hijo. El cuello del uniforme llevaba la insignia de las águilas, tal como Carl las había dibujado en su infancia hacía tantos años.
No será el caso más emblemático, pero sí uno de los más documentados y que reafirma que la reencarnación se produjo entre aquel aviador alemán Henrich Richter y el pequeño Carl Edon. No había forma de que el pequeño británico pudiera saber conocer algo sobre el avión caído y menos aún de un piloto fallecido. Algo que se reafirma cuando se encuentran numerosas similitudes entre Heinrich y el reencarnado Carl, quienes además murieron en el mismo sitio, en el mismo día, con 40 años de diferencia.
Una mañana, Carl le contó a su mamá un nuevo sueño que había tenido la noche anterior. Tenía 23 años, sentado en lo que parecía ser la cabina de un avión. No podía decir si lo piloteaba o no, pero todo a su alrededor parecía estar moviéndose. De repente todo se volvió negro. Cuando volvió a despertarse en el avión, se había estrellado.
Fue entonces cuando Carl supo que iba a morir. Cuando el avión se estrelló, debió atravesar una ventana, pensó. Había vidrio por todas partes. Vio que le habían cortado la pierna y se sintió muy triste, no por sí mismo sino por una mujer de 19 años con la que quería casarse, que había quedado en su Alemania natal. Val escuchó la historia con horror mientras Carl terminaba el relato describiendo sus “momentos finales”, desangrándose solo en el avión.
El caso de Carl comenzó a correrse en de boca en boca, hasta que al año siguiente, un periodista publicó su historia en el periódico local. Entonces, el niño de nueve años fue entrevistado por la revista británica Woman’s Own.
Poco después la historia llegó incluso a Alemania, publicada en el periódico alemán Berliner Morgenpost. Y a los pocos días de que su historia recorriera el mundo, los compañeros de clase de Carl comenzaron a llamarlo Hitler y los saludaban levantando sus brazos. La mayoría de los días, Carl regresaba llorando a casa , por lo que tiempo después dejó de mencionar el tema.
El artículo de Woman’s Own se reavivó en 1983, cuando tomó el caso el doctor Ian Stevenson, por entonces un profesor canadiense de psiquiatría en la Escuela de Medicina de la Universidad de Virginia. El investigador se había dedicado a estudiar los llamados casos de reencarnación durante 25 años. Incluso estableció un departamento específico, la División de Estudios Perceptivos en la universidad.
El caso de Carl lo cautivó de inmediato y, en particular, la marca de nacimiento en su pierna derecha. Por eso envió a uno de sus colegas, el doctor Nicholas McClean-Rice, para entrevistar a Carl y a su familia. Después de analizar las diversas anécdotas e historias de Carl, el doctor Stevenson concluyó que la reencarnación era “al menos una explicación plausible para el caso”.
Sin embargo, a los 13 años, los recuerdos persistentes de Carl sobre el enigmático piloto de la Luftwaffe aparentemente se desvanecieron. Dejó la escuela a los 16 años para trabajar para la compañía ferroviaria British Rail y cinco años después le concedió una última entrevista a Stevenson.
Aún así, el médico canadiense se mostraba feliz al a saber que el joven había conseguido rehacer su vida y que compartía sus días con su novia de 17 años. 12 meses después, nació el primer hijo de Carl, y al siguiente año, el segundo. Definitivamente el espectro del misterioso piloto alemán finalmente había desaparecido. Fue entonces cuando ocurrió una tragedia.
En 1995, un hombre entró en la comisaría de Middlesbrough, con la ropa ensangrentada. Dijo llamarse Gary Vinter, que trabajaba para British Rail y que había venido a denunciar un asesinato. Había estado trabajando en el turno noche a menos de un kilómetro de distancia, cuando él y su compañero discutieron.
Vinter afirmó que no podía recordar exactamente lo que había sucedido, solo que cuando terminó, su compañero de trabajo estaba muerto. Lo concreto es que, tirado junto a las vías del tren, la policía encontró el cuerpo de un hombre. Sí, era Carl Edon. Le habían apuñalado 37 veces en todo el cuerpo mutilado, ya que varios de sus órganos internos estaban al aire y perforados. El forense contradijo la versión de Vinter de que había actuado en defensa propia. Al siguiente año, Vinter fue declarado culpable de asesinato en primer grado.