En el siglo XX, en el año 1900, un barco griego dedicado a recoger esponjas de mar encontró los restos de un antiguo naufragio, estaba en pleno mar Egeo frente a las costas de la isla de Antikitera.
Los buceadores decidieron explorar el pecio y quedaron asombrados por las ánforas de su bodega o las ricas estatuas que trasportaba, diferentes piezas de oro, de plata, y de otros metales. Todo un tesoro submarino.
Sin embargo, desapercibido, pasó una piedra que tenía incrustado un objeto. Nadie parecía apreciar su importancia, pasó más de medio siglo para que el arqueólogo Derek de Solla Price, en 1955 decidiera estudiar aquella extrañeza hallada, recuperada de las aguas.
Price dedicó buena parte de su tiempo en limpiarlo, en retirar todo lo que se le había adosado y tratar de reconstruir aquel amasijo de ruedas dentadas que tenía frente a él, pero, ¿ruedas dentadas?.
Aquello implicaba un mecanismo troquelado sobre una placa de bronce de dos milímetros y sobre la cual, de forma inteligente habían dispuesto un complejo sistema de movimiento.
Una vez lo tuvo reconstruido pasó a su examen compartiéndolo con otros expertos, todos manifestaron su admiración ante un mecanismo de relojería perfecto que servía para orientar astronómicamente a los navegantes.
Pero lo que lo hacía aún más admirable era que esa evolución técnica no se había logrado hasta el siglo XX, ¿Quién un siglo antes de Cristo fue capaz de tal proeza? ¿Con qué conocimientos? ¿Utilizando qué medios? Y todo aquellos comenzó a ser molesto para los expertos, sin embargo la evidencia callaba las voces más discordantes.
Scientific American publicó: «Este hallazgo nos obliga a revisar nuestros conocimientos sobre la historia de la Ciencia». La máquina había dejado sin habla a los científicos.
Contemplaba el movimiento del Sol y la Luna, los planetas Venus y Marte, los días, las horas, las fases lunares, las estaciones, los equinoccios. Técnicamente era imposible.
Calificado como un objeto fuera de su tiempo, aquellos navegantes poseían una tecnología en el año 87 a.C., que era más perfecta que la nuestra, puesto que nuestra civilización, sólo pudo imitarla veinte siglos más tarde.